30 diciembre 2016

Técnica y verdad

Hace unos días, en un memorable taller de escritura que conduce una excelente profesora, me di cuenta una vez más de algo a menudo olvidado por excesivamente sabido: qué es lo prioritario en la literatura. La calidad es la meta, sin duda, y para llegar a ella hay que combinar con delicadeza técnica y verdad. La técnica puede aprenderse y ejercitarse. La verdad no. Se trata de tener o no tener algo que decir y, en caso afirmativo, de decirlo. Algo aparentemente sencillo: ser auténtico. Eso es lo prioritario en la literatura.
Me sorprendí a mí mismo sorprendiéndome de la fuerza, la vida que respiraban por todos los poros del papel tres textos escritos por tres compañeras que tienen mucho que decir y que lo dicen. Sin duda se trataba de textos necesitados —como todos— de un pulido técnico, de reescritura, correcciones y demás. Pero tenían lo primordial, lo prioritario: autenticidad. Rebosaban verdad.
Uno, un relato amable, sencillo, sin artificios; casi una enumeración de hechos. Otro, un cuento inquietante, ambiguo, con sobresaltos. El tercer texto era introspectivo, un monólogo interior digamos que existencial. Y, por alguna razón, se notaba el latido, el pulso de cada autora en cada frase, casi en cada palabra de esos textos breves y dispares. ¿Qué tenían en común? Autenticidad. Tenían algo que contar y lo contaban. Decían porque tenían algo que decir.
La autenticidad no siempre es desgarradora o tremendista o dramática; muy bien puede ser consoladora, suave o agradable. Pero siempre nos señala nuestra fragilidad, nuestro punto débil, y nos hace sentirlo.
Fue un gran recordatorio (en realidad tres grandes recordatorios) de lo que es verdaderamente importante en literatura: la emoción que se suscita, no (o no tanto) la que se expresa. El que no muestra emociones es un escritor pobre. Uno mediocre es el que cuenta emociones. El buen escritor las expresa, y el genio las provoca, es decir, conmueve. Sólo puede conmoverse, especialmente en algo tan mentiroso como la ficción, desde la verdad.
Ésa es la materia prima de una buena mercancía literaria. A un texto auténtico se le puede pasar la lima o el paño de las correcciones formales. A un texto correcto por fuera pero sin entrañas, en cambio, difícilmente se le dará mecha sin que huela a conserva recalentada. Es mejor romperlo y partir de cero: de las tripas, el punto cero, el germen del alma.
Escribir bien requiere una condición: que necesitemos escribir. En sus Cartas a un joven poeta dice Rilke: “Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir para no permitirse el intentarlo siquiera”. Una escritora madrileña contemporánea de origen argentino suele decirlo de otro modo: trata de no escribir; escribe sólo si no puedes evitarlo.
Cantidad de gente, joven o no tanto, escribe sin tener nada que contar y sin mostrar nada más que carcasa. Y mucha de esa gente no tiene técnica ni siquiera conocimientos básicos de ortografía. Todo el mundo se ha puesto a escribir novelas para hacerse famoso, rico, o por hobby. Son los que escriben como podrían coleccionar sellos o hacer crucigramas. Puede que sea divertido, pero no es vital. No se trata de ponerse intensos, sino auténticos. Mostrar un paisaje y no una postal. Eso es literatura de calidad. La literatura costumbrista que aburre con escenas de pan con mantequilla debería desterrarse a un nuevo subgénero por nombrar.
El Quijote, al que con tanta frecuencia me remito, está lejos de ser un libro técnicamente perfecto incluso para su época; la construcción de sus frases a menudo es confusa, hay un exceso de historias secundarias, etcétera. Pero, con todas las reservas formales, es El Quijote, es la cumbre que el ser humano ha tocado con la punta de los dedos de las letras. ¿Por qué? Porque está escrito con verdad.
Me alegro de haber recordado qué es lo prioritario gracias a este magnífico taller y a estas grandes compañeras. Espero no volver a pasarlo por alto. ¿Qué fue primero: la técnica o la verdad?, podemos preguntar según la vieja fórmula. La verdad, sin duda. En algún momento alguien tuvo la necesidad —no el capricho— de contar algo y luego buscó la mejor forma de contarlo; por ese orden. Puede haber relatos impostados pero pasables por cosméticos; serán prescindibles y olvidables. La verdad literaria, la literatura de verdad, con más o menos técnica, siempre es imprescindible e inolvidable. Lo primero es lo primero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario