‘Heil, Todo’. La otra de mis novelas

Heil, Todo (Madrid, 2021) es una novela para todos los públicos: para el niño y la niña, para el ladrón y el asesino, para la víctima y el verdugo, para el bueno y para el malo, para el patricio y el plebeyo, para vegetarianos y carnívoros, para indios y americanos… Para el alcohólico, para el obispo, para el suelo que pisa el obispo, para el techo que cobija al juez, para las paredes que lo resguardan… Para el cielo que, de noche, se quita la repugnante máscara azul y muestra su bello rostro negro. Todos pueden leerlo y ninguno va a sacar el más mínimo provecho de su lectura.

Amor, sexo, crimen, droga, punk rock, Los 40 a un volumen medio bajo, perros, caballos apaleados o alados, dioses falsos o el único dios verdadero del que tanto nos hablan los libros. Grietas que se bifurcan. Heil, Todo. Nada te saluda. Has llegado a tu fin. No eras más que una astilla arrancada en medio de Nada, una astilla que nunca ha tenido dónde clavarse, pero Todos, tus hijos, se agarran a ti, su astilla madre. Todo Heil, pues, pues Todos se empeñan en apuntalar tus escombros. De Nada sirve negarte. Neguémoste, pues, a ver qué pasa, ya que no vas a tomar represalias. Quieren que abarques demasiado. Todo es demasiado. Al menos para Todos. Una niña, otra en realidad, es demasiado.

Por fin la novela de Todo. Y, por encima de Todo, y ante Todo, y después de Todo, con el debido respeto, esa niña rubia con diadema blanca que mira a través del cristal sin zapatos siquiera a sus pies.

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Sobre Ángel Fernández Sebastián han dicho:

«Expresiones magistrales. Algunos de sus relatos son de un ocho sobre diez».
(Germán Sánchez Espeso, 2017)

«Cuando no está enfadado, Ángel es un buen escritor».
(Marcelo Luján, 2018)

«Escritores como Sergio de Molino y
Ángel Fernández Sebastián ponen a alguno en su sitio».
(Arturo Pérez-Reverte, 2019)

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«Hay opiniones. Tantas como culos, se dice. En la mía, el peor crimen es cualquier agresión a una criatura. Cualquier agresión, física o no, sexual o no, a una niña. A Pilar niña. Indefensa, crédula, confiada y aún —ya— capaz de perdonar. Puede que a esa niña le quede el tónico del odio para siempre, pero, si es demasiado joven, el tónico del odio quedará rebajado por el veneno del perdón. Al menos al principio, y de ahí, casi siempre. Prácticamente siempre, a menos que se busque y se encuentre un antídoto contra esa ponzoña, el perdón. El antídoto es más odio. Más, odio, odio, odio hasta que el odio te llene de calma de la cabeza a los pies; inundarlo todo con odio y más odio, y más todavía; el dulce odio, el único remedio, la única cura posible, el odio, el odio sin medida, la verdadera salvación, el verdadero alivio. Odio que lo anegue todo y lo airee todo y lo ventile todo, y extinga hasta el último resto, hasta la última partícula nauseabunda de amargo perdón».

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