26 noviembre 2018

No, ahora en serio: ¿Para qué sirve la literatura?

El 28 de julio de 2017 publiqué en este blog una entrada bajo el título de Pregunta trampa: ¿Para qué sirve la literatura? Por lo que recuerdo, en ella apenas si utilicé citas de autores a favor de mi causa. Solté mis opiniones confiando sólo en lo que el lector y yo pudiéramos tener en común a la hora de juzgar las cosas. 
Desde entonces he recopilado, en lecturas o audiciones al azar, argumentos de medios o personas consagradas por la generalidad, clásicas o contemporáneas, que apoyaran, anticiparan o coincidieran con las tesis que en esa entrada sostenía. Argumentos de autoridad. No es bueno abusar de ese tipo de argumento, pero unos cuantos condimentan bien los guisos. Y me he encontrado con buenos aliados que no sabía que lo eran o que me sonaban pero no había tenido en cuenta. Puesto que en la entrada de la que hablo no usé ningún argumento de autoridad, saturaré de ellos esta secuela para compensar.
En De profundis (1897), Oscar Wilde le escribe a su antiguo amante:
«Solía decirte —lo recuerdas, ¿verdad?— que detestaba que me considerases una persona “útil”, que ningún artista desea que le consideren ni le traten así; porque los artistas, como el arte mismo, son por su naturaleza esencialmente inútiles».
Unas páginas antes, Wilde cuestiona retóricamente que «lo perfecto [haya] de tener alguna utilidad», esta vez hablando de la infancia, siempre tan vinculada a la creatividad, el arte y la belleza.

14 julio 2018

El elocuente Linguet

El 14 de julio de 1736 nació Simon Linguet, economista y periodista francés. Fue guillotinado en París bajo el Gran Terror, apenas un mes antes de la caída de Robespierre. Linguet tuvo el mérito de desenmascarar, no sólo con pasión sino con rigor en los argumentos, el nuevo tipo de esclavitud aparecido a lo largo del siglo XVIII en la Europa de la industria y el mercado incipientes: la esclavitud asalariada. Una esclavitud más sutil y perniciosa, peor en su opinión que la esclavitud a la vieja usanza o que la servidumbre feudal. Para Linguet, en resumen, el sistema de trabajo asalariado hace que el nuevo esclavo se vea obligado a implorar que lo esclavicen. ¿Por qué? Porque mientras que el esclavo tradicional tiene el sustento asegurado, el nuevo esclavo no. El sistema de trabajo asalariado lleva consigo la amenaza permanente para el trabajador de morir de hambre.
Linguet se enfrentó a los fisiócratas, precursores del liberalismo económico, y a los filósofos, partido de la élite intelectual que supo anticipar los cambios necesarios para preservar la sociedad de clases. También atacó a las autoridades, y bajo el Antiguo Régimen estuvo encarcelado en la Bastilla desde 1780 hasta 1782. En 1767 había escrito la Teoría de las leyes civiles, su obra más importante.
«El esclavo —escribe— era precioso para su amo por el dinero que le había costado. Valía al menos tanto como se pudiera sacar de su venta en el mercado. Es la imposibilidad de vivir por cualquier otro medio lo que obliga a nuestros jornaleros agrícolas a cultivar el suelo cuyos frutos no comerán y a nuestros albañiles a construir edificios que no ocuparán. Es la necesidad la que les obliga a arrodillarse delante del rico para obtener de él la autorización de enriquecerle. ¿En qué les ha beneficiado la supresión de su esclavitud? Son libres, decís. Ah, ésa es su desgracia. Tienen el más terrible, el más despótico de los amos: la necesidad. Así que tienen que encontrar a alguien que les contrate o morir de hambre. ¿Es eso ser libre?».

29 junio 2018

El lector: quién es, qué quiere, qué queremos de él y, ante todo, ¿existe?

‘El lector’, esa categoría que manejamos los escritores para sentir menos nuestra soledad, es siempre la coartada o la excusa que ponemos para sentarnos a escribir y, una vez sentados, para escribir unas palabras en lugar de otras. Faz en lugar de hoz. In en lugar de out, Lolita, Te quiero, yo no, ah pues que bien, en lugar de zzzzzz. Bien. Juguemos limpio para variar: el lector no existe. Es un amigo imaginario. Una voz que nos habla en la cabeza. Los escritores somos locos con rotulador, aceptémoslo de una vez, y el lector es un personaje más.
En las tertulias literarias, aparte de trasegar vino peleón a doce pavos la copa, se habla mucho, demasiado, del lector. De ese agujero en la caja de zapatos en la que vivimos los escritores. El agujero no es la caja, por desgracia. Si lo fuera, no habría caja, todo sería agujero, es decir, todo sería nada, la nada inmensa: el lector. O, más bien, la fusión perfecta escritor/lector, la narrativa original. Pero llegados a este punto (¿qué punto?: supongo que un punto evolutivo o cultural o algo así), el arte se ha individualizado tanto que prácticamente no es transmisible. Es transmisible, puede, pero a través del agujero de una caja de zapatos. Ocurre como con la literatura cómica, que es una especie de correlato. Siempre se dice que a la literatura cómica se la minusvalora. La comicidad es esencial para vivir, de acuerdo, como los agujeros de la nariz son esenciales para que respiremos y por tanto vivamos. Pero respirar no es vivir, es una parte del vivir, básica, pero da poco de sí. Puedes escribir un soneto en torno a una nariz, o una canción en torno a la respiración o al ronquido, pero eso no completa la compresión de la existencia. La existencia, que, al fin y al cabo, parece que no es demasiado divertida según me cuentan. Los agujeros de una caja no son la caja. Ojalá lo fueran. La caja es lo que hay, los agujeros son lo que no hay.

12 marzo 2018

¿Qué hacemos con ‘Lolita’? Un consejo: leedla

Laura Freixas y Sergio del Molino en el debate que mantuvieron
el 6 de marzo de 2018 a propósito de Lolita de Nabokov (vídeo).
Laura Freixas, crítica literaria que por motivos que ignoro pasa por ser además escritora, ha vuelto a probar el agua con el dedo gordo del pie derecho y ha comprobado que aún está fría. En el cuidado de su monocultivo orgánico —algo así como la igualdad numérica de las mujeres con los hombres en el arte y la literatura, cuestión estadística, no literaria— ha tratado de plantar un pino demasiado robusto para un cortijo tan minúsculo y poco abonado como el suyo: se ha lanzado a anatemizar Lolita de Nabokov. Un pino gigantesco. Incluso autores que no militan en la provocación contracorrentista tipo Marías o Pérez-Reverte, autores lúcidos sin más y hasta progres en nómina, han reaccionado frente al furor mojigato e imperativo de Freixas. Ella misma, inteligente a pesar de todas las apariencias, ha emprendido una retirada táctica tras su absurdo y plomizo artículo “¿Qué hacemos con ‘Lolita’?” publicado en El País del 21 de febrero pasado (¡“¿Qué hacemos con ‘Lolita’?”! Palabra. Laura Freixas está decidiéndolo. Nos mantendrá informados, espero). En un debate con el escritor —éste sí— Sergio del Molino dos semanas después de su desliz (ver el vídeo adjunto), pliega algunas velas de su aguerrido navío y dice que su diatriba no se dirige tanto contra Lolita en su calidad de obra escrita como contra las lecturas que se hacen de ella. Un paso atrás desganado, a rastras, después del patinazo.