26 junio 2017

Max Stirner: ‘El Único’

El 26 de junio de 1856, hace ciento sesenta y un años, murió Max Stirner. Había nacido cincuenta años antes en Baviera. Sólo escribió un libro, El Único y su propiedad, publicado en 1844 en Leipzig, al que los censores dejaron entrar en imprenta porque consideraron la obra «demasiado absurda como para ser peligrosa». El Único es uno de los fundamentos del anarquismo individualista y, más allá, anticipa el pensamiento de Nietzsche. Albert Camus, que también debe mucho de su filosofía del absurdo a El Único, dijo que «Stirner se ríe en su callejón sin salida, mientras que Nietzsche se da de cabezazos contra las paredes». Efectivamente, Stirner proclama alegremente que ha basado su causa en Nada, que no considera que nada esté por encima de él, que no reconoce ninguna ley ni principio ajeno a sí: proclama su Egoísmo y rechaza todas las ideas eternas, religiosas o laicas, filosóficas o políticas. Se declara enemigo público número uno de lo que considera la condensación de todas las abstracciones emancipadas de los cerebros humanos: el Estado.
«Puede ser que Yo no pueda hacer de mí sino muy poca cosa, pero ese poco es Todo», escribe. Stirner parte de lo que conoce, de lo que le consta, de sí mismo, y llega a sí mismo. Reconoce que es mortal, limitado; que es nada, si se quiere, pero una nada creadora. No se inclina ante ninguna institución, ningún semejante, ninguna idea ajena a la que deba sumisión, ni siquiera respeto. La idea religiosa ha sido desmontada en su época sólo para renacer bajo los ropajes de la moral: «Piedad y moralidad difieren en que la primera reconoce a Dios y la segunda al hombre como legislador». A través de esa legislación, siempre ajena a mí, se me somete: «Así se completa y se hace absoluta finalmente la dominación de la ley: “No soy Yo quien vivo, es la Ley la que vive en mí”».
Stirner comienza por poner en evidencia el egoísmo de Dios, de la Humanidad, de la Verdad, de la Bondad y de todo lo que rechaza como fantasmagoría emanada de mentes ajenas para su provecho. «Dios y la Humanidad no han basado su causa en nada que no sea ellos mismos. Yo basaré, pues, mi causa en Mí»:
«¡Al diablo toda causa que no sea entera y exclusivamente la Mía! Mi causa, pensaréis, debería ser, al menos, la “buena causa”. ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo? Yo mismo soy mi causa, y no soy ni bueno ni malo; ésas no son, para Mí, más que palabras.
Lo divino es la causa de Dios; lo humano, la causa “del hombre”. Mi causa no es divina ni humana, no es ni lo Verdadero ni lo Bueno, ni lo Justo ni lo Libre, es lo mío; no es general, sino única, como Yo soy Único.
No admito nada por encima de mí».
Echa abajo sin miramientos toda filosofía especulativa y toda abstracción. «El pensamiento —dice— no es más que mi opinión». Si llego a una conclusión, ésa es la verdad, la única verdad que reconozco. Y es verdad exclusivamente porque Yo la reconozco y en la medida en que la reconozco.
Stirner rechaza al Estado como opresor del individuo. Muchos teóricos anarquistas posteriores, como Piotr Kropotkin, le acusaron de insolidario y le excluyeron del santoral de la acracia. Su excomunión preventiva es algo que a Stirner sin duda le habría tenido completamente sin cuidado. Pero, como sostiene Max Nettlau, además es un error. Stirner no llega a conclusiones que puedan clasificarse como insolidarias o reaccionarias. Pero lo cierto es que no abraza ningún Ideal que flote sobre su cabeza ni presta juramento a ninguna bandera más allá de su camisa. Comprende, por vía materialista, que necesita de sus semejantes y que él puede ofrecerles algo a cambio de la satisfacción de sus necesidades. Propugna como alternativa de convivencia la destrucción de la sociedad, identificada como un rebaño teológico, para sustituirla por la asociación de egoístas, personas emancipadas de la sumisión. No se trata de Filantropía, sino de necesidad y de utilidad. Sustituir la subordinación por la coordinación. Exactamente el apoyo mutuo de Kropotkin pero sin música celestial de fondo. El ataque stirneriano al Estado no es liberal sino socialista libertario: «Se pide a los Estados que pongan fin al pauperismo. Tanto valdría pedirles que se cortasen la cabeza y la pusieran a sus pies. El interés del Estado es enriquecerse a sí mismo». Encierra una crítica inequívoca del reformismo y del socialismo autoritario. Igualmente, desenmascara la ideología liberal: «La libre competencia no es “libre” porque los medios de competir me faltan». Incita a los oprimidos, no a pedir, sino a tomar lo que es suyo: «La plebe no dejará de ser plebe hasta el día en que tome lo que necesita. No es plebe sino porque teme tomarlo así como el castigo subsiguiente».
Todos somos egoístas: así lo dice Stirner. Sólo que, según él, en la sociedad somos egoístas vergonzantes y no orgullosos de serlo, porque estamos dominados por el mundo de las ideas en lugar de espantarlas como moscas cuando nos son perjudiciales o usarlas como herramientas cuando nos son útiles, y, en todo caso, ser conscientes de que las ideas son productos de nuestro cerebro y no emanaciones celestiales. «Todos vuestros actos y esfuerzos son egoísmo inconfeso —se lee en El Único—. Pero ese egoísmo inconfeso, también para vosotros mismos, ni se ostenta ni se pregona. Sois egoístas y no lo sois porque renegáis del egoísmo». Max Nettlau, que probablemente comprendió a Stirner mejor que muchos de sus contemporáneos, lo dice a su manera: «¿A quién no fueron siempre odiosos el Estado, las leyes, los funcionarios, los impuestos, las órdenes y las prohibiciones? Cada cual hace lo posible por pasarse sin todo esto, pero muy ilógicamente lo cree necesario para el vecino».
El mundo de Stirner es el mundo de la subjetividad. ¿Qué otra cosa somos, sostiene, sino sujetos? Todas las ideas imperantes han servido y sirven a causas ajenas, todas pretenden meter en el lecho de Procusto a los individuos, negándolos. El principal enemigo del Estado y su envoltorio ideológico no es la masa, sino el individuo. «Yo decido si algo es justo en Mí, pues fuera de mí no hay derecho. Si es justo para mí, es justo». Es decir: ¿qué sé yo lo que hay fuera de mí? Mi única certeza soy yo y la idea que yo tengo de lo que no soy yo. Me repugna someterme a lo que se me impone, especialmente si no lo comprendo.
Stirner incita a la rebelión, a veces explícitamente: los pobres no serán libres «más que cuando se insurreccionen, se subleven, se yergan». El derecho es una entelequia que no añade nada a la fuerza: «Tienes el derecho de ser lo que Tú tienes el poder de ser. El derecho es “elástico”. El tigre que me ataca tiene derecho, y yo que le mato también. No es mi derecho lo que yo defiendo contra él, sino a mí mismo». «La libertad pertenece a quien la toma». «Cuando la Revolución hizo de la igualdad un “derecho”, se refugió en el ámbito religioso, en las regiones de lo sagrado, del ideal».
Pese a lo breve de su producción literaria, Stirner fue un gran pensador y un gran filósofo, con un estilo vigoroso y audaz. Además de El Único, escribió algunas obras menores, como El falso principio de nuestra educación, donde plantea tesis deudoras de la pedagogía rousseauniana. Su pensamiento es mil veces más valeroso, más pegado a la tierra y —paradójicamente— más solidario que el de los sedicentes pensadores que padecemos en esta época de ideas mediocres e hipócritas prȇt-à-porter.
Max Stirner fue una de las primeras voces que se alzó contra la Idea y el Estado. En nombre de nadie más que de sí mismo; en nombre de la Nada creadora.

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