10 marzo 2021

‘Heil, Todo’, mi tercera novela

Acaba de salir ‘Heil, Todo’, mi tercera novela. Escrita entre 2016 y 2020, ha sido publicada en febrero de 2021. Puedes comprarla pinchando en la imagen de la portada:


Aquí tienes algunos extractos:


«Me dijeron que nunca llegaría a nada. Se equivocaban. He llegado a nada».


«Escribía mucho. Un diario con notas, reflexiones y cosas así, en cuadernos escolares. Lo había comenzado a los doce años. Al principio esos textos eran más o menos aptos para todos los públicos, y mostraba algunos a Tamara y Vanesa, sus amigas, pero dejó de hacerlo cuando se pusieron a decirle “eso no puede ser” o “qué exagerada” si leían en su diario cosas que no les cabían en la cabeza.

—¿Cómo te va a decir eso tu madre, Pili? —dijo Tamara—. No puede ser. Es tu madre.

—Pili, una madre nunca haría eso —dijo Vanesa.

—Una madre no —dijo Pilar—, pero otra sí».


Pinchando en esta imagen puedes leer las veinte primeras páginas:




«Esa mañana me había quedado mirando a una chica que patinaba con una mochila a la espalda, calle Embajadores abajo, sobre la siete y cuarto. La perdí de vista cuando me metí en la calle Bolívar a desayunar en El Rincón. Creía que era mi vecina nueva, la del cachorro grande. Luego supe que no. Mi vecina apenas salía de casa más que a pasear al perro. La chica de los patines daba bandazos, se agarraba de vez en cuando a una farola o a un buzón, se recuperaba y volvía a emprender la marcha. Sólo la había visto de espaldas, pero me había recordado a Pilar, porque era delgada y porque tenía el pelo corto y oscuro.

Eso me sorprendió, me sorprendió mucho. Pensar en Pilar fuera del trabajo era… No sé, me sorprendía mucho. No me gustaba ni me disgustaba. Pero ¿por qué cojones pensaba en Pilar a las siete y cuarto de la mañana? Claro. La falta de detalles en su mesa. La falta de detalles en su mesa podía significar desapego a la mesa, desapego a los detalles o desapego a sí misma. Me interesaba averiguarlo. ¿Por qué me interesaba averiguarlo, si apenas sabía nada de ella? Porque esa manera de querer pasar inadvertida me llamaba la atención. Era algo nuevo. Siempre es una novedad encontrarse con alguien como uno».


«¿De qué raza era Jorge, el hijo de Estrella, o Nerea, la niña solitaria de los atardeceres, o los gatos que ella protegía en el jardín comunitario? ¿De qué raza era el tendero chino? ¿De qué raza son los tenderos, chinos o no? ¿Y la noche? ¿De qué raza es la noche, el whisky, el dolor de cabeza, las ovejas segovianas, las niñas en excedente vendidas por sus padres, usadas, enfermas, muertas, amortizadas, amortajadas con su propia piel? ¿Y de qué raza son sus compradores?».


«El trayecto de la carretera de Andalucía que yo hacía a pie a diario desde la boca del metro de San Cristóbal hasta el trabajo, y otra vez a la vuelta, tiene una acera estrecha que no está pensada para que las personas la usen; no se me ocurría quién o para qué la habría diseñado. Ahí no caben dos personas que circulen de frente o una junto a otra; al menos una de las dos tiene que bajar a la calzada. De hecho, en algunos tramos apenas cabe una sola, y eso si es delgada, y los coches, los autocares y los camiones van a toda hostia, te pasan al lado, no puedes despistarte. El trayecto bordea un cuartel abandonado, con muros blancos (algún día debieron de serlo), grises y pardos, que tienen alambradas encima, y detrás, hojarascas, arbustos y árboles descuidados, o más bien asilvestrados, que desbordan las alambradas con sus ramas y entorpecen el paso de quienes se aventuran por allí; en el suelo hay tierra y piedras y baldosas sueltas. Es un camino feo de cojones; llamarlo camino es una licencia poética. En un punto de ese camino, en la pared blanca, hay una grieta vertical, una grieta como hay docenas a lo largo de este trayecto. La grieta parte del suelo, asciende y, en un quiebro, se rompe y se convierte en dos grietas divergentes, como rayos o como nervios. El conjunto forma una i griega irregular. Una grieta puede parecer algo improductivo. Pero, si se bifurca, una grieta puede producir algo: dos grietas».


«Odio, desprecio, repulsión, aborrecimiento, rechazo. Ninguna de esas palabras ha significado nada nunca en la relación de mi madre conmigo. Son palabras horribles, pero hablan de emociones. Demasiado para ella, la reina de los Barcos.

No es lo mismo ser incapaz de soportar la presencia de alguien, o su proximidad, que no poder soportar su existencia, la idea de su existencia. Negarla. ¿Qué palabra se puede usar para eso? No existe.

Mi madre podría haberla inventado antes de llenarse de tumores y tener que llamarme, ya que no le queda nadie. Le pueden quitar los tumores, pero nadie le va a quitar lo que me ha quitado. Su amor.

Y no puedes hacer nada para conseguir su amor, Pilar. No puedes hacer nada para vencer la negación con la que te hace cargar. Hagas lo que hagas no te vas a rehabilitar (mejor dicho, no te vas a habilitar), porque no deberías existir, Pilar, nunca deberías haber nacido ni haber sido concebida. Como el engendro de Frankenstein. Merece morir. No: merece no haber nacido. Ni siquiera: merece no haber sido concebido en la cabeza de nadie ni como un delirio. Aunque encuentres la cura contra el cáncer o la fórmula del crecepelo, aunque pintes la Capilla Sixtina boca abajo con un pincel entre los dientes, da lo mismo. Da igual que seas ágil y delgada, y que tus ojos sean bonitos y estén bien perfilados. O que tengas dos hijos y un marido, y una profesión, y un trabajo, y un piso con la terraza cerrada y persianas blancas, limpias por dentro y por fuera, y un todoterreno, y una plaza de garaje. Da igual que salves a la Tierra del choque de un meteorito. No deberías existir, así que si el meteorito destruye la Tierra, con tal de que se borre la huella de tu existencia, está bien destruida. No estás en un agujero: tú eres el agujero. Porque no se trata de lo que haces o no haces, se trata de lo que eres: no eres, y lo que no es, no hace».


«—Había oído rumores en la Rey Pelayo —dijo, después de carraspear— sobre Vidal y sus gustos. Al otro, a ese Baeza, no lo conozco. A lo mejor es un nombre falso. No sé. Allí, en la Pelayo, se habla de todo, ya sabes: que si el rey tiene cáncer de huevos y le quedan tres meses de vida, que si el ministro del Interior se pone tanga y ligueros por las noches. De todo. Toda esa mierda les divierte mucho a los enterados del mundo académico y a todas las élites, les empalma; que las mierdas que sueltan sean verdad o mentira da igual, el caso es divertirse, tener de qué hablar. Bueno, pues eso, que había oído que a Vidal le van las criaturas del Señor y que está metido en una red de ese tema. Vale. Como si me cuentan que el presidente del Banco Carpetano se bebe el pis de su criada o que el Defensor del Pueblo monta orgías con animales en su despacho. Te ríes y a otra cosa. Pero, claro… —Se llenó la copa. Lidia le miró como si fuera a decirle algo pero al final debió de optar por callarse hasta que acabase. Vicente se bebió la copa de un trago y siguió—: No es una red de baja estofa, Víctor, qué va, no es una red de pajilleros de puerta de colegio o de mirones que se dan vueltas por los parquecitos a ver qué cae, es una trama de la hostia, que llega hasta las más altas magistraturas, los que manejan. Gente que vive en palacetes opacos, insonorizados y aislados en zonas despobladas. Ahí hacen sus cosas. A ellos no los controlan; ellos controlan. Nadie les dice lo que está bien; ellos dicen lo que está bien. Luego se lo pasan por los cojones, menos los domingos en misa de doce, pero bueno, disfrutan. Es una ventaja. —Terminó su tazón de salmorejo. Lo alzó y bebió los restos. Miró hacia abajo, al fondo del tazón ya vacío—. Ese Baeza tiene toda la razón del mundo para sentirse seguro. Y tú tienes que largarte de allí echando hostias».


«Me había acostado con Pilar. Estaba bien, estaba muy bien, pero tampoco había que hacer poesía lírica con eso. Puedes hacer lírica o épica con las empresas de tornillería, pero no con Pilar y conmigo. Éramos hermanos incestuosos, profanadores de nuestras propias tumbas, y a ninguno de los dos nos gustaba la poesía. Ni la poesía ni Platón ni los dramas. Sólo las tragedias, y sólo las necesarias. Las nuestras».


«Lo peor, lo más inhabilitante, no es que te odien o te desprecien, sino que te confundan. Que te digan que el odio es amor, por ejemplo. Si eres tan tierna que te lo crees porque no tienes con qué comparar, tienes un problema de base, no de cúpula. No es que se te caiga el techo sobre la cabeza, eso no es tan grave. Es que se hunde el suelo bajo lo pies. Eso sí es tan grave. Que se te caiga el techo sobre la cabeza es terrible, pero si sabes que es el techo, puedes salir adelante. En cambio si te dicen: pisa aquí, rápido, ya, y pisas, y caes al vacío, pero confías en que la caída va a detenerse, no vas a salir adelante, te lo aseguro. Pero lo peor de la cosa ni siquiera es que el suelo desaparezca bajo tus pies, en ese caso puedes morirte y asunto solucionado. Lo peor es que no lo sepas».


«Hay opiniones. Tantas como culos, se dice. En la mía, el peor crimen es cualquier agresión a una criatura. Cualquier agresión, física o no, sexual o no, a una niña. A Pilar niña. Indefensa, crédula, confiada y aún —ya— capaz de perdonar. Puede que a esa niña le quede el tónico del odio para siempre, pero, si es demasiado joven, el tónico del odio quedará rebajado por el veneno del perdón. Al menos al principio, y de ahí, casi siempre. Prácticamente siempre, a menos que se busque y se encuentre un antídoto contra esa ponzoña, el perdón. El antídoto es más odio. Más, odio, odio, odio hasta que el odio te llene de calma de la cabeza a los pies; inundarlo todo con odio y más odio, y más todavía; el dulce odio, el único remedio, la única cura posible, el odio, el odio sin medida, la verdadera salvación, el verdadero alivio. Odio que lo anegue todo y lo airee todo y lo ventile todo, y extinga hasta el último resto, hasta la última partícula nauseabunda de amargo perdón».

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