20 septiembre 2016

Carmen Laforet y ‘Nada’

Hace dos semanas, el pasado 6 de septiembre, se cumplió el 95.º aniversario del nacimiento de Carmen Laforet (1921-2004). Su primera novela, Nada, publicada en 1944, bastaría para reservarle un lugar destacado entre los mejores escritores españoles del siglo XX. Con seguridad fue una de las mejores novelistas, mujeres u hombres, desde la posguerra. Tuvo un gran éxito, pero también se encontró con el inconveniente de que Nada se publicase dos años después de La familia de Pascual Duarte de Cela. Pascual Duarte es, sin duda, una obra muy estimable, pero tuvo la dudosa virtud de eclipsar la novela de Laforet. Nada es mucho más innovadora y tiene una calidad muy superior a la primera obra de Cela. Nada es a la vez desgarrada y contenida, algo —el desgarro y la contención— que muy pocos saben combinar con la maestría con que lo hizo su autora.
Placa en memoria de Carmen Laforet en la fachada de su casa natal en la calle
de Aribau 36, de Barcelona, 
donde se ambienta su novela Nada.
Claro está, Carmen Laforet era una mujer y, como tal, jugaba con una mano atada a la espalda en la España franquista. Cela en cambio, tras una carrera meteórica no exenta de talento pero tampoco de favores hechos y recibidos, se convirtió en el niño mimado del régimen en cuestión de letras. Y ese niño mimado, cada vez más y más crecido, tuvo gestos de menosprecio manifiesto hacia Laforet. Le cerró puertas o, como poco, se las obstruyó con su sobredimensionada envergadura.
Con todo, dudo que a Laforet le importara demasiado darse la vuelta cuando se encontraba frente a una puerta cerrada; sospecho que sobrellevaba la fama más como una carga que como una fuente de gozo. Basta leer Nada para comprender que así era. Debía de tener una actitud bastante parecida a la de Marsé cuando renunció a seguir formando parte del jurado del premio Planeta y lo mandó a paseo en 2004, precisamente el año de la muerte de Laforet.
Les dijo Marsé a los jurados, palabra arriba, palabra abajo, que a él le interesaba la literatura y no el mundo literario como a ellos. Ésa fue también otra de las grandes virtudes de Carmen Laforet: su pasión por la literatura y su poco aprecio por los salones literarios, por sus canapés revenidos, y por los aplausos de los brazos de madera que allí suelen resonar.

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