La vida sigue, y Javier trata de buscar consuelo en Charo, la novia de Rafa, su mejor amigo, heroinómano y sumamente bondadoso. Ese triángulo tiene consecuencias irremediables. En los años sucesivos, Javier pasa por una serie de relaciones amorosas, consecutivas o simultáneas. Pero en todas ellas lo que en realidad está buscando es a Joaquina, su paraíso perdido. En la edad adulta, Javier logra salir del barrio y prospera hasta una posición de clase media, pero lleva el barrio metido en las venas. A lo largo de la novela aparecen personajes violentos: violencia política, violencia callejera y, sobre todo, la violencia sorda y ciega que no escapa del interior de las casas, que queda reservada a la intimidad familiar.
Javier mismo es un personaje violento. No hace más que reproducir lo que ha visto. Pero encauza esa violencia interna, junto a su decepción con los demás y consigo mismo, a través de una actitud escéptica. Trata de no tomarse en serio, o no demasiado en serio, los reveses que recibe y los que da. Pasa por situaciones que para alguien más apegado a eso que se llama valores serían insostenibles, pero él sortea los dilemas afectando desdén moral. Tiene un amigo que es un asesino y otro que acaba siendo una víctima, y se niega a escoger. A fin de cuentas, Javier no sale bien parado. Tampoco en el nihilismo ha encontrado respuesta. En 2014 viaja a Barcelona, aparentemente en busca de Joaquina. Pero se encuentra con algo que no podría haber sospechado.